viernes, 3 de agosto de 2012

Mario Poggi: Asesinando al mito


Un día cualquiera de julio. Parque Kennedy de Miraflores. Un número muy grande de personas, demasiadas. Sin embargo, un solo individuo acapara las miradas de los transeúntes, incluso la mía: Mario Poggi Estremadoiro.

Diez años. Si, han pasado diez años desde aquel verano de enero del 2002 en que su presencia irrumpió súbitamente en el bus de regreso a casa, ante el espasmo de chicos y las sonrisas de los adultos. Muchas cosas han cambiado, el, en cambio, se mantiene igual, como si su humanidad fuera ajena a las leyes del tiempo, con su cabello verde, sus lentes desprovistos de cristales y su clásica pipa que, de algún modo, se ha convertido en una extensión de sí mismo.  Poggi con el pasar de los años se ha convertido en un icono de la cultura limeña, pero, además, en un mito indescifrable que hasta ahora nadie ha podido exponer con claridad.

A principio de la década de los ochenta, la sociedad limeña se vio aterrorizada por una serie de descuartizamientos. Una serie de restos humanos empezaron a aparecer en  los principales basurales de lima. Sin embargo, todo esfuerzo de parte de la policía, por encontrar al culpable había sido en vano. Finalmente, todas las evidencias arrojaban luz sobre un solo hombre: Ángel Díaz Balbín, personaje con una aparente personalidad psicopática, que purgaba condena en el penal, por haber asesinado diez años antes a su tía y a los hijos de esta mientras dormían.

A pesar de todas las evidencias reunidas, la PIP, no lograba arrancar la confesión del sospechoso. No obstante, dicha tarea le seria encargada a nuestro personaje. Todo esfuerzo por lograr la tan ansiada confesión fue en vano. Finalmente, Poggi al verse fracasado decidió acabar con el misterio por la única vía, a su juicio posible: el asesinato. Ocurrió, que, al final de todo el pueblo obtuvo  justicia y Poggi fue tomado como paladín, sin embargo, su hazaña lo llevo a purgar condena en el penal de San Jorge. A su salida, su figura se paseo por cuanto programa estuviera escaso de rating. Al final, la televisión se aburrió de él y, en consecuencia, esta lo excomulgo.

Psicólogo, criminólogo, artista plástico, escritor, poliglota, hipnotista, politólogo, poseedor de una inteligencia superior a la del peruano promedio: todo esto y otras muchas bondades, se le han atribuido a Poggi. Nadie sabe si será verdad. Y si alguien conoce dicha certeza, ojala nunca sea publicada, porque, de algún modo, el mito perdería todo encanto.

Ni propiedades, ni objetos de valor, ni cuentas en el banco: Nada. Mario pertenece a ese grueso de peruanos, que viven en condiciones precarias, cuya existencia transita sin más ni más, sin pena ni gloria. Y, que quizás dejen este mundo sin dejar huella ni rastro ninguno, como reza el célebre poema de Chocano. El, mientras tanto, seguirá ahí atrincherado en una de las bancas del parque Kennedy, con su famoso test de los colores, entrevistado por cuanto calichin de periodismo solicite su ayuda. Organizando acalorados debates sobre la situación actual del país, siempre lenguaraz y coprolálico, contando lo mejor de su repertorio humorístico, tratando de salir adelante, de sonreírle a la vida; esa vida que, sin embargo, no le ha devuelto el gesto. Y tal vez nunca se lo devuelva. 

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